Cine y emociones en niños/as y adolescentes: cuando la pantalla refleja nuestro mundo interior
- Fernanda Negrete
- 25 ago
- 2 Min. de lectura

El cine no solo narra historias, también despierta emociones. Una sola película puede hacernos reír, llorar, sentir miedo o esperanza en apenas unos minutos. Esto ocurre porque las narrativas audiovisuales se conectan directamente con nuestras emociones más básicas (alegría, tristeza, miedo, ira, sorpresa, asco) y también con aquellas más complejas, como la nostalgia, la culpa, la frustración o la confusión.
¿Por qué el cine moviliza tanto lo que sentimos?
Ver una película no es solo “mirar”, es vivir una experiencia casi real. Esto se debe a que activa diferentes áreas del cerebro:
La amígdala, encargada de procesar las emociones.
La corteza visual, que recibe y procesa la información.
El sistema límbico, relacionado con la regulación emocional, conducta, la memoria y la motivación.
Así, lo que ocurre en la pantalla se convierte en una vivencia emocional intensa. La música y la imagen potencian la atmósfera (una melodía dramática o una luz tenue pueden amplificar lo que sentimos), mientras que los personajes y sus conflictos nos permiten experimentar emociones “prestadas”. En el fondo, el cine toca temas universales: el amor, el miedo, la pérdida, la esperanza.
Películas que nos enseñan sobre emociones
El cine animado, en particular, ha abierto caminos únicos para hablar de emociones con grandes y pequeños. Estas historias, llenas de metáforas, nos muestran que sentir es natural y necesario:
“Intensamente” (2015) y “Intensamente 2” (2024) Nos invita a conocer cómo todas las emociones cumplen un papel importante, incluso aquellas que solemos rechazar, como la rabia, tristeza o la ansiedad.

“Up” (2009) – La relación entre Carl y Ellie nos enseña que el duelo no solo es dolor, también es amor, memoria y la posibilidad de resignificar.

“Coco” (2017) – Una celebración del recuerdo y los rituales familiares como parte fundamental de la elaboración del duelo.

“Red” (2022) – La historia de Mei, una adolescente de 13 años que se convierte en panda rojo al experimentar emociones intensas. Una metáfora de la pubertad, la vergüenza, la ira y el peso de las expectativas familiares.

“Kiki: Servicios a Domicilio” (1989) –El viaje de Kiki, una joven bruja que debe dejar su hogar y enfrentar la incertidumbre de crecer, refleja las dudas, los miedos y la búsqueda de autonomía en la adolescencia.

Lo que podemos aprender del cine sobre las emociones
Todas las emociones son valiosas: no existen emociones “buenas” o “malas”; cada una cumple una función adaptativa.
Nos ayuda a normalizar lo que sentimos: ver personajes atravesando tristeza, miedo o enojo nos recuerda que no estamos solos en esas experiencias.
Abre espacios de diálogo: son un recurso ideal para conversar en familia sobre cómo nos sentimos y cómo expresar esas emociones.
Favorece la empatía: al identificarnos con personajes diferentes a nosotros, aprendemos a ver el mundo desde otras miradas.
El cine es mucho más que entretenimiento: es un espejo emocional en el que niños, adolescentes y adultos podemos reconocernos. A través de la pantalla aprendemos que sentir, incluso cuando incomoda, es parte esencial de nuestra vida. Al final, cada historia que nos emociona nos recuerda que las emociones no nos debilitan, sino que nos hacen profundamente humanos.
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